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Sandías en la trinchera

El quince de agosto del penúltimo año de la última gran guerra, fui hecho prisionero por el enemigo tras una ofensiva que nos había sorprendido con la guardia baja y sin apenas defensas pues gran parte de nuestras fuerzas habían sido llevadas a otro de los infinitos frentes de la guerra. Cuando dos soldados enemigos me agarraron y arrastraron hacia su posición, recé para que mis heridas de bala, en el brazo derecho y cerca del pecho, me matasen desangrado. A día de hoy, cuando observo las cicatrices que me dibujaron, me río y agradezco a la suerte no haberme matado, porque, aunque prisionero de mis enemigos, durante aquellos días, vi una luz que me hizo recuperar la esperanza en la humanidad y en el futuro que nos esperaba. Me llamo Ian Nally y tenía la tierna edad de dieciséis años cuando llegó la carta de reclutamiento para la guerra, una guerra que, por aquel entonces y casi hasta que volví a mi hogar, no llegaba a comprender sus motivos. Al parecer nosotros no teníamos cosas

Yo también fui hecha de polvo

Hubo un tiempo del que solo los humanos conocen lo que se les ha permitido conocer en el que Yahvé creó el Edén y se lo entregó a dos seres moldeados a su imagen y semejanza: Varón y mujer, mujer y varón los llamó con su divina voz. A los humanos se les ha narrado que el varón fue el primero en pisar el Edén y que de su costilla nació la mujer, mas escasos son los que conocen la verdadera historia y, enemigos son del colérico dios creador. Ocurre que con polvo los moldeó Yahvé tomando como imagen su dualidad misma, al polvo alado le introdujo el verbo para que así sus hijos pudiesen comprenderlo, fue de esta manera como nació aquella especie llamada «humanidad», aunque, por lo que se cuenta en este relato, que sólo se revelará a aquellos que deseen el conocimiento auténtico, se descubrirá por qué los humanos comenzaron a referirse así mismos como:  los hombres . Gracias al verbo, los dos humanos se reconocieron y cada uno le dio nombre al otro. El hombre fue llamado por la mujer

Venido del este

Kardiak permanecía adormilado gracias a su ebriedad en aquella apestosa taberna, su manto de tela cubría todo su cuerpo, haciendo apenas perceptible su armadura y proporcionándole una calidez que ayudaba a su amodorramiento. Cuando vio sobre la mesa las tres pintas de cerveza ya vacías, decidió que era hora de acostarse. Mientras subía las carcomidas y crujientes escaleras de madera que conducían a las habitaciones, escuchó el ruido que produce una mesa al volcarse acompañado de un griterío, Kardiak se volvió para observar el suceso. —¡Vete a tomar por el culo jodido realista! —¡A mí no me da órdenes un traidor como tú! Solo es una pelea entre borrachos , pensó. Las disputas políticas entre los de abajo no cesaban, cada vez se volvían más violentas con la guerra civil recién terminada. Por su parte, Kardiak se disponía a abandonar el reino de Agna no solo por el haber servido como mercenario en ambos bandos, sino también porque ya no tenía esperanzas de encontrar más trabajo est